martes, 12 de marzo de 2013




'Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes.'

   Julio Cortázar -  Rayuela


De noche mágica, Supersónica.



     Las veces que he vuelto a verte ha sido casi siempre de noche. Al menos para mí. No quiero arriesgarme a que me descubras. Temo demasiado un final de los acostumbrados. No me queda otra que deslizarme entre tus muros - cualquier resquicio es válido - para observarte en tu devenir cotidiano. Un bostezo, ese arreglarse descuidadamente el pelo, tomar un libro de la estantería, sentarte en el sofá o preparar el omnipresente café. La más insignificante rutina representa un tesoro para añadir a mis escasos y difuminados recuerdos.

    Aliñan mis furtivas y esporádicas visitas el virtual -y no por ello menos real e intenso- temor a que me descubras. ¡ Qué seria de la vida sin el sabor del miedo en la garganta ! ¡ Del riesgo gratuito por amor a lo que no es ! Eso hace de mis in(ex)cursiones algo merecido de vivirse. Dando energía para aguantar del tirón unos cuantos días con la semi-sonrisa dibujada mirando a la galería. Quizá sepas de qué te hablo. 

   A veces fantaseo con la posibilidad de un reencuentro, casi siempre de manera fortuita. Cae dentro de lo posible. Conociéndonos a lo mejor era incluso pactado o provocado a la brava. Como sea sirve para el ejercicio con el que me distraigo cuando aprieta la falta. 
  Una sorpresa de venas abiertas, oxígeno agrio, contracciones y risa bañada en llanto. Vendría luego un estar en la luz a dos palmos, mirándolo todo como si fuera nuevo a pesar de que nunca hubo mañana. Inventados ya todos los presentes aparecería más temprano que tarde la mueca, precursora o consiguiente del recuerdo de adónde te dirigías.  Los vivos no nos acomodamos a los armarios. Pero cualquier excusa debería bastar si el objetivo es claro. El temido desenlace conduce sin margen de error a bizantinas y hertzianas discusiones que desembocan en el océano del silencio prolongado. Hasta que la rueda, cada vez más grande, complete otra vuelta.

   
    Y es por todo eso, porque nos conozco, por lo que todo queda en mera conjetura. Mis visitas - no sabría decirte si cada vez más espaciadas - tienen lugar en la impunidad que otorga la invisibilidad y la noche. Se conforma y se protege de esta guisa mi maltrecha maquinaria en espera del inevitable destino. Tiene - al menos así yo lo veo - una ventaja : ni tú ni yo envejecemos. 
     Nos conservamos bellos.


       En tu caso es una obligación.

     

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