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viernes, 24 de julio de 2020


Madre, en la puerta hay un Niño
Más hermoso que el sol bello
Parece que tiene frío
Porque viene medio encuero

Pues dile que se vaya a tomar por culo
Y deje de tocar los huevos

                    (Fragmento de villancico popular modificado a mi gusto)


LA PALITA DE PLACIDITO

   "Es temprano en la mañana. Placidito va al trabajo. Lleva una pala y un zurrón con la comida. Trabaja en el campo. Espera junto a la vía el paso del tren correo. Allí, justo en la curva, el tren aminora la velocidad y podrá subir de un salto. Eso le evitará caminar durante dos horas hasta llegar al terreno que cultiva. Su madre lo observa desde la ventana de la humilde casa donde viven. Así lo despide cada día.
   Ahí está el tren, hoy viene a su hora. Placidito corre junto al tren y sube de un salto al penúltimo vagón antes que el convoy aumente su velocidad. En el salto la pala se suelta de su mano y cae al lado de la vía. No puede perderla, la necesita para trabajar. Salta del tren para recogerla. Ya la tiene. Mientras tanto el tren comienza a acelerar. Está saliendo de la curva. Placidito arranca a correr tras el tren con todas sus fuerzas. Sus desgastadas alpargatas vuelan sobre las piedras de la vía que dificultan su carrera. Está a punto de quedarse sin fuerzas cuando, de un último salto, alcanza el vagón de cola antes que se aleje definitivamente. Su madre ha presenciado sobresaltada toda la escena. Su madre sufre. Ella siempre sufre. Por todo. La mayoría de las veces de forma innecesaria."
  Placidito fue a trabajar muchos otros días durante su larga vida. Una vida de trabajo que, con el tiempo, se fue volviendo más tranquila. Ya no debía correr detrás del tren. A veces incluso era él quien lo conducía. No creo que ni recordase aquel incidente con la pala.
  La madre de Placidito siguió despidiendo a sus hijos (tuvo muchos) desde la ventana toda su vida. Siguió sufriendo aunque no corrieran tras el tren ni les cayera la pala al suelo. En realidad casi nunca se les caía, quizá sólo sucedió esa vez. Daba igual. De vez en cuando ella lo recordaba y tenía así una excusa para estar triste.
   Cuando todo esto sucedió yo aun no había nacido. Faltaba mucho para eso todavía. Pero ella me contó esta historia tantas veces que puedo explicarla como si yo mismo hubiese estado allí.

    Es así querido lector como los cuentos de nuestras abuelas sobreviven al paso del tiempo. Es así como las mantenemos vivas en nuestra memoria. Es así como las seguimos queriendo u odiando a lo largo de nuestra vida. Transportando su pesada maleta durante nuestro viaje vital hasta poder cargarla sobre las espaldas de la siguiente generación.

 Te diría, llegado este punto, que sigo aquí como siempre. No diría mentira, pues está claro que aunque he tardado algunos meses (años en realidad)  he vuelto a publicar. Espero seguir haciéndolo. Pero no me metas prisa. Igual tardo un par de años más. Solo hay que estar atento. 


    

lunes, 18 de marzo de 2013

  ' Las flores de la primavera salen,
como el apasionado dolor del amor no dicho;
y con su aliento, vuelve el recuerdo de mis canciones antiguas.''
Rabindranath Tagore.
 

Un cuento de flor y primavera

       Los encuentros fueron al principio casuales, sin un motivo claro ni una periodicidad concreta. Decir que uno u otro los provocaron hubiese sido faltar a la verdad. También lo es llamar encuentro a un coincidir en una escalera, a doblar una esquina o a saludarse en la fila del bus. Pero ya se sabe, las ganas buscan siempre su camino y se alimentan de migajas de realidad como promesa de algo que quizá no llegará.
     Según fue avanzando la estación se presentaron más oportunidades. Un comentario en el momento oportuno, una sonrisa que acaba en carcajada y algún entrechocar de dioptrías fueron aplanando un camino que de tan difícil ni existía en un principio. El azar también puso mucho de su parte, no le neguemos su mérito. Un traslado repentino les hizo acabar formando parte del mismo departamento: ventas.
     Las cosas pintaban bien. Al menos eso opinaba el sector más liberal de nuestros protagonistas. Para el resto ni pintaban ni dejaban de pintar. El cuadro sencillamente no existía. La diferencia de edad, un abismo. La indisolubilidad de la pareja - ni siquiera durante unas horas, eh! -, una firme y arraigada convicción. La inoportuna justicia de la  ley de la gravedad aplicada a las ubres - que a diferencia de otras leyes,  más castiga a quien más tiene -, un motivo más para el desánimo. Y así podría seguir enumerando excusas y razones con diversos grados de acierto.
    No contaba con el optimismo del ingenioso y - para qué negarlo - enamoriscado pretendiente. Para cada traba tenía él una solución. La edad nunca es un problema una vez aparecidas las primeras canas. La gravedad, como la mayoría de leyes, también admite trampas ya sean físicas o químicas o una combinación de las dos. Además,  mejor tener que desear. El asunto de las creencias era ya más delicado, pero ya se le ocurriría algo. La suerte tiene a veces caprichos extraños y quiso venir en su ayuda.
    En realidad suerte siempre hay, lo que pasa es que a veces no se trata de buena suerte. Todo depende de en qué parte se sitúe el observador. Pero no es este el tema a discutir ahora. Pues como decía, sucedió que la suerte -buena para unos y mala para otros- determinó que la otra parte de la indisoluble pareja fuese víctima de un infarto mientras se saltaba a la torera el tan desfasado voto de fidelidad. Puso fin la muerte a algo que las leyes de los hombres no podían remediar.
    El resto, vino casi solo. Una tarde de viernes, después de una interminable reunión de trabajo, las tensiones acumuladas durante meses o quizá años  provocaron el llanto desbocado. Y allí estaba él, que tan pacientemente había aguardado ese momento, preparado para consolarla. Una mano tendida, un amistoso y cálido abrazo y un hombro para recibir todas las lágrimas que le quisieran regalar. De ahí, una inocente invitación a la charla en lugar más apartado y discreto. Más tarde, las miradas blandas, el roce de suaves manos y los labios se acercaron hasta más allá de la amistad. 
   Pero no. No hubo más caricia, no hubo beso. Acabó el encuentro con un sencillo 'hasta mañana'. Regresó cada cual a su casa sin más explicación. 

    Ahora, aunque ajenamente me avergüence contarlo no me queda otra, pues para eso estoy aquí y hasta aquí os he hecho llegar. Lo que sucedió es sencillo de imaginar si tenemos en cuenta que la halitosis nunca fue buena amiga de la pasión.


     Como me gustaría que fuera costumbre,  tampoco este cuento tiene moraleja.




  Hasta pronto. Cuida tu salud, y a poder ser tu higiene personal también.

 Estaré por aquí.


   

lunes, 4 de marzo de 2013

 ' CARGAN CON NUESTROS DIOSES Y NUESTRO IDIOMA 
NUESTROS RENCORES Y NUESTRO PORVENIR 
POR ESO NOS PARECE QUE SON DE GOMA 
Y QUE LES BASTAN NUESTROS CUENTOS PARA DORMIR '


 De 'Esos locos bajitos ' de Joan Manel Serrat
   




 Cuento rápido a media moral


     Dos hermanas, aburridas, deciden una tarde tirarse al tren. 

    De resultas de aquel arrebato una quedó embarazada dando a luz, al cabo de unos meses, a cinco lindos trenecitos. Del padre poco o nada más se supo. Vida movida y ajetreada la de los trenes.  Tuvo que sacarlos adelante ella sola. Una existencia llena de sacrificios, desvelos y fatigas donde todo era poco para sus hijos. Consiguió su objetivo aun a costa de ovidarse de vivir su propia vida. 
  Los trenecitos crecieron y andan siempre viajando de un lado a otro ocupados en tareas importantes propias de su condición. Muy de tarde en tarde, siempre con prisas y casi por obligación, visitan a su madre. 

    La otra hermana, de natural envidiosa, al ver que ella no obtuvo nada de aquel encuentro ferroviario se dio a lo que se conoce como mala vida. Se dedicó desde entonces a tirarse a todo lo que pilló por delante. Se mezcló con personas, animales y cosas de todo tipo. Acumuló, sin apenas darse cuenta, conocimientos y experiencia. En uno de esos giros que da la vida se encontró también dueña de una gran fortuna. 
   Aquellos trenecitos  hijos de su hermana - a la que retiró la palabra el mismo día en que ellos nacieron- hoy la llaman 'Tiíta querida', la ven tanto como pueden y la llevan a todas partes. Por supuesto sin cobrarle el pasaje.

   Moraleja:  No, no hay.
   


  Cuídate, amigo lector. Especialmente si has de tomar un tren.
  No olvides que te estaré esperando.